La historia del minusválido que no enterró su sueño tenístico

Fernández llegaba a Melbourne ya con 17 títulos, una medalla dorada en los Juegos Parapanamericanos Guadalajara 2011 y resultados cada vez más ascendentes. Se alimentó acaso de la indiferencia para comenzar a marcar su huella. Esa misma semana, llegó por primera vez a la final en singles de un Grand Slam, y perdió 6-0 y 6-1 con el japonés Shingo Kunieda. La paliza no fue suficiente para tumbarlo. Parapléjico desde el año y medio de vida por un infarto en la médula (una variante que no llega ni al 1% en los registros mundiales de infartos), en su nuevo escollo Fernández sólo retrocedió para tomar más impulso hacia una secuencia consagratoria. Otra medalla dorada panamericana en Toronto 2015, título en Roland Garros 2016, revancha en Australia de este año. En paralelo a sus títulos, tomó vuelo el concepto.
Las imágenes se tornaron módicamente virales: el tenista argentino con músculos de superhéroe, que pelea los puntos incluso cuando se cae al piso adosado a su silla de ruedas, para estar otra vez arriba de inmediato, como si hubiese una disrupción en los fotogramas de la vida real, en desafío abierto a la biomecánica. Su centro de gravedad vuelve a la última parte del cuerpo que controla por completo, los abdominales. Y de repente, en el último Wimbledon, Gustavo Fernández fue el ombligo del mundo tenístico: se convirtió en el primer argentino en la historia en alcanzar el primer puesto del ranking. Un hito inalcanzable para glorias como Guillermo Vilas (perjudicado en 1977 por una sistema estadístico aún en discusión), Gabriela Sabatini y probablemente Juan Martín del Potro.
«Escribí aquel tuit en un modo cómico, pero para hacerlo saber. En ese momento en nuestro país había muy poca difusión sobre el tenis en silla de ruedas y en estos años la evolución fue abismal, se empieza a ver su potencial. La gente a veces cree que, como discapacitado, uno hace deporte sólo para salir adelante. Pero el tenis no es mi terapia. Como persona, me desarrollé completamente en la vida más allá de la discapacidad. A los 13 o 14 años, tuve que elegir entre estudiar y jugar al tenis, el dilema que se le presenta a cualquier jugador profesional de gustavo-fernandez-6cualquier deporte. Por ser discapacitado a veces no se valoran las carreras como si fuesen de verdad, y ahí es cuando me molesta. Sería bueno que se empezara a apreciar cómo nos podemos desplegar en todo nuestro esplendor», dice vía Skype, desde Charleroi, Bélgica, una de sus últimas escalas en la gira europea antes volver al país por dos semanas.
Aun tras haber perdido la final de Wimbledon ante el sueco Steffan Olsson, en el Abierto belga estrenó su condición de número 1, que, buenos resultados mediante, defenderá en el US Open que comienza la semana próxima.
¿Qué cambió desde que sos el número 1 del mundo?
Si ya antes me iban al hueso dentro de la cancha, imaginate ahora. Te sentís observado, es una presión linda, le he estado viendo cosas muy positivas. Uno tiene que estar tranquilo y seguir trabajando como hasta ahora. Si soy número 1, es por todo lo que trabajé para llegar. Hubo una gran evolución en lo físico, en lo estratégico mi entrenador me enseñó mucho a leer rivales y partidos, e incluso en lo técnico hice un salto: el revés fue siempre mi mejor golpe, del nivel de un jugador ATP que juega de parado, y a eso le agregué una derecha más sólida y un saque más agresivo. Durante toda mi carrera, la consistencia había sido el problema. Lograba picos de nivel muy altos combinados con momentos muy bajos. Por eso esta pretemporada pusimos foco especial en eso, sobre todo en tapar los pozos. Incluso empecé a trabajar la concentración con un especialista en desarrollo cognitivo. Y magia no hizo, pero acá estamos. Así como ganar los Grand Slams, haber llegado al número 1 es cumplir un objetivo y un sueño. Pero por supuesto, no termina acá.
En paralelo a tus éxitos, se empezó a hacer más conocido tu juego bien físico y aguerrido, en especial esos puntos en los que te caés con la silla y te levantás en un segundo, y terminás ganando. ¿El estilo es innato o fue una búsqueda?
Crecí admirando a tipos muy talentosos como El Mago [Guillermo] Coria y David Nalbandian, y claro que hoy disfruto de un Federer que ya está en un nivel obsceno. Pero por mis capacidades apunté a un juego más de laburo y construcción. Por supuesto el primero que aparece es Rafa Nadal -aunque también es supervirtuoso-, entonces siempre me sentí identificado con David Ferrer, un jugador más terrenal, con logros impresionantes en base a su tenacidad. La silla está incorporada como una parte del cuerpo, ya ni pienso en ella. Sólo me acuerdo cuando empieza a andar mal, ¡como ahora que se me traba y me rompe los huevos! Cuando me caigo, me levanto con la fuerza del abdomen y también me ayuda que tengo brazos bien largos. Eso sí, mis manos son un desastre a esta altura. Es un callo de mano, cada vez más torcida, lastimada, con ampollas. No puedo exprimir un limón sin que me duela.
¿Y las piernas?
Las siento, están, sólo que no las puedo mover. Siento absolutamente todo de la cintura para abajo, pero a medida de que voy llegando al pulgar empiezo a perder sensibilidad. Me podés pinchar, y no voy a sentir lo mismo que en el dedo de una mano.
Escrito en el cuerpo
Gustavo Fernández aprendió a caminar a los 8 meses de edad. Un día cualquiera de mediados de 1995, en el living de su casa con su padre Gustavo (entonces basquetbolista profesional de Atenas de Córdoba) y su hermano Juan Manuel (hoy también jugador de básquet), saltaba de silla en silla, a no más de 30 centímetros del suelo, hasta que un paso en falso lo dejó desplomado e inmóvil. No hubo un ruido que asustara, el pequeño Gustavo no lloró, y aun así su madre Nancy se acercó al lugar de la caída. Sin poder verbalizar, el niño miraba su piernas y con los ojos les preguntaba a sus padres por qué no las podía mover.
Lo llevaron a la clínica más cercana y sólo ocho horas después quedó claro que la mitad del cuerpo de Gustavo estaba paralizado. A partir de allí, un remolino de información cruzada, incertidumbre, imprecisiones e improbables ensayos de rehabilitación para un chico que seguía sin llorar por lo que le estaba pasando. A los padres, distintos médicos les abrieron un abanico de diagnósticos provisorios: mielitis transversa, isquemia, un virus, síndrome de Guillain-Barré. Entonces llegó el consejo de un pediatra cordobés, de llevarlo al centro de rehabilitación KCRC en Charlottesville, Virginia, Estados Unidos.
Sin los fondos para quedarse en un hotel, la familia Fernández se alojó en la casa de Ronald McDonald, junto con pacientes de todas partes del mundo. Nancy y Gustavo procesaban la situación traumática con 26 años de edad. Luego de controles con especialistas y estudios complementarios se determinó el infarto medular D12. Sin posibilidad de cura, la única opción era dar con la mejor rehabilitación posible, con el foco puesto en la permanente estimulación de un cuerpo con peligro latente de estancarse, aun al tratarse de un niño de naturaleza hiperactiva. De vuelta en la Argentina, y con la carrera deportiva de Gustavo padre con períodos oscilantes, la peregrinación por el país en los meses siguientes los llevó a consultorios de neurólogos y kinesiólogos de diferentes ramas, a un tratamiento experimental de biofeedback, incluso a visitar a un sanador en el Tigre y a un falso sacerdote que había hecho famoso Víctor Sueyro en uno de sus libros. Hasta que cuando le propusieron un tratamiento con células madre, el niño un buen día les hizo entender que era feliz con lo que le tocaba.
«Gustavo nunca se quedó quieto, y ahí estuvo la clave. Se calzaba las valvas ortopédicas y se paraba para tirar al aro. O se metía a jugar al fútbol con el pecho apoyado en una patineta. El padre jugaba al básquet, también veía cómo su hermano Juan Manuel empezaba a hacer carrera, y entonces se puso como objetivo ser deportista», cuenta su madre Nancy Fiandrino desde Trieste, Italia, donde visita a su otro hijo en su nuevo destino profesional.
Después de probar con el básquet (practicó en las inferiores de Quilmes Mar del Plata, donde jugaba su padre) y la natación, a los 6 años se le dio por practicar una disciplina más improbable para alguien en su condición. «El tenis es de por sí una actividad asimétrica, pero Gustavo nunca fue un paciente convencional, siempre un constante y hermoso desafío. Su función motora es nula de la cintura para abajo, por lo que compensa todo a nivel tronco y miembros superiores. El trabajo que hacemos es funcional, sin aparatología, y el desarrollo muscular integra también a las piernas, aunque no las use. Hoy apuntamos a la prevención, en base al sobreesfuerzo que implica el deporte a su nivel. Su evolución me pone inmensamente feliz y todavía no sé dónde termina», dice Juan Carlos Varela, el kinesiólogo con consultorio en San Martín, provincia de Buenos Aires, que trata al tenista desde 1996.
Universo en expansión
Gustavo Fernández se acopló a los 12 años a la Asociación Argentina de Tenis Adaptado (AATA), un deporte que se comenzó a jugar a nivel mundial en 1976. Ese año, el esquiador estadounidense Brad Parks quedó parapléjico tras un accidente en la montaña. En el centro de rehabilitación Rancho Los Amigos, en California, se conectó con el también atleta Jeff Minnebraker para empezar a desarrollar juntos la primera silla deportiva, sin manijas, con ruedas en ángulo cerrado y refuerzos de ruedas más pequeñas para evitar los vuelcos en las aceleraciones y las frenadas bruscas. Los modelos más modernos, con armazón de titanio, pueden pesar unos 10 kilos, y los jugadores suelen colocar las pelotas extras en los rayos de las ruedas. En la práctica, el deporte es el mismo, con la salvedad de que están permitidos dos piques. Disciplina olímpica desde Barcelona 92, el circuito de la Federación Internacional de Tenis contempla más de 150 torneos en 41 países y más de 1000 jugadores en actividad. Y, por supuesto, se juega a cara de perro.
¿Existe algún código tácito en el deporte que implique no aprovecharse de las dificultades propias de movilidad con la silla?
Si el drop [las bolas cortas] te sirviera para ganar todos los puntos, que se caguen, no deja de ser competencia. En general no sirve mucho, porque tenemos dos piques y siempre hay un tiempito más. Pero por ejemplo en Wimbledon se puede sacar un poco más de ventaja, porque correr para adelante en el pasto es muy complicado, la silla se traba más. El circuito es cada vez más competitivo, los torneos van ganando en ambiente y en infraestructura. Por supuesto, los más lindos son los Grand Slam, donde realmente se respira tenis. Así como en Corea he jugado una final con 20 personas, en Wimbledon y en Roland Garros, aunque sean las canchas auxiliares, sí jugamos a veces en cancha llena.
Justamente en Roland Garros se te dio un encuentro muy casual y especial con Novak Djokovic.
Nunca me había cruzado con él en las canchas, y estábamos entrenándonos al lado. Cuando me vio, le sorprendió algo que estaba haciendo, y se acercó para hablarme, de tenista a tenista. A principios de este año él hizo una pequeña exhibición en Australia con Dylan Alcott, que juega en el circuito quad (cuadripléjicos). Novak incluso jugó un punto sentado en la silla y quizás ahí tomó conciencia. Me pareció un gran gesto el que tuvo conmigo. No había cámaras, sólo estábamos nosotros y nuestros entrenadores. Lo terminé contando en una entrevista por televisión, pero era algo que me iba a quedar para contarles a mis hijos con orgullo, porque es uno de los mejores diez tenistas de la historia.
Así como en el tenis convencional disfrutamos aún de los Cuatro Fantásticos (Federer, Nadal, Djokovic y Murray), Gustavo Fernández lidera hoy una generación dorada de su deporte, que incluye a Shingo Kunieda (uno de los más ganadores de la historia, un dínamo arriba de la silla), el escocés Gordon Reid (un zurdo puro talento, a quien Fernández le arrebató el primer puesto), el francés Stephane Houder (un viejo lobo) y el inglés Alfie Hewett (el niño prodigio).
«El mérito de Gustavo es doble, porque es el único parapléjico completo del top-ten. De hecho, los otros dos en la misma condición en los primeros 25 puestos del ranking también son argentinos, Ezequiel Casco y Agustín Ledesma. Gustavo compensa todo con su mentalidad de competidor y un estilo integral: velocidad, potencia, precisión y un golpe de revés que realmente está al nivel de los que juegan de parado. El esquema de entrenamiento, de hecho, es el mismo que lleva adelante cualquiera de los mejores 50 del mundo del circuito ATP», dice su entrenador, Fernando San Martín, quien diseña las temporadas con base en Buenos Aires (en el Cenard y en el Centro Asturiano de Vicente López) y en Barcelona (en la Federación Catalana de Tenis).
El hombre común
Casi con la misma intensidad con la que corrió la novedad de que se convertía en el mejor tenista en sillas de ruedas de la actualidad, rápidamente ganó relevancia el inusual dato de que Gustavo Fernández es un número 1 sin un patrocinador principal, al punto que en Wimbledon debió comprarse las mudas de ropa en una casa de deportes. «Me enteré de que el tema del sponsor se transformó en una causa nacional [risas]. No era la idea, pero nunca está de más avivar a la gente. Ya dije que no me quita el sueño, hoy puedo vivir del tenis, el Enard [Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo] me permite cubrir gastos y tengo un sueldo. Con eso es suficiente. Los premios para el circuito de tenis adaptado son otra cuenta pendiente, porque en algunos casos no llegan ni al 1% de lo que se paga en un torneo de ATP. Pero hay que arreglarse, sé que no me voy a salvar para toda la vida, sino todo lo contrario», revela.
Por lo pronto, Fernández se sostiene en sus proveedores de raquetas (Yonex) y de silla de ruedas (Invacare), y en la beca de 22.500 pesos que le otorga el Estado, la segunda en importancia detrás de medallistas olímpicos como, entre otros, Paula Paretto, Cecilia Carranza, Santiago Lange y Yanina Martínez, la velocista que ganó los 100 metros llanos en los Paralímpicos de Río.
Dinero a un lado, el tenista se proyecta como persona. De novio con Florencia, se imagina como padre en pocos años y mientras tanto aprovecha al máximo los tiempo de recreo en pareja. Ya fuere pegados a la computadora para ver Game of Thrones o maratones de Friends, o como recientemente en Barcelona, cuando recorrieron la ciudad por primera vez en las quince que la compartieron, gracias a que a Gustavo le facilitaron una rueda eléctrica que se adosa a su silla, especial para largas distancias sin brazadas. La independencia es, desde ya, su modus operandi habitual. Tiene su propio auto, su propio departamento, su privacidad para encerrarse a ver partidos de tenis y de básquet, o para seguir la campaña de Boca, el club que en 2015 lo homenajeó a Bombonera llena.
¿Cómo manejás que ahora se te mencione tanto como un ejemplo?
Es muy grato que te reconozcan, pero me gusta que sea como deportista. Mucha gente cree que soy un ejemplo de vida porque no me quedé tirado en la cama, lamentándome por mi discapacidad, por decirlo crudamente. Está mal que sea una excepción ver a un discapacitado viviendo su vida. Si yo fuera a la universidad, también creerían que soy un ejemplo de vida. ¿Y todos los otros miles de estudiantes no lo son? La lástima es horrible, es el peor sentimiento, no ayuda en nada. Lo más recomendable es tratar a un discapacitado con normalidad. Si se quiere preguntar algo de la discapacidad, hay que preguntarlo y que se tome con naturalidad. Si el discapacitado se ofende, es porque tiene un complejo tan grande que se va a sentir discriminado por sí solo. Yo tuve un sueño, luché y me sacrifiqué para hacerlo. Por suerte lo hice bien. Mi vida no cambiaba nada si hubiese podido caminar. Todo lo que tenía que aprender, equivocarme, desarrollarme, con mis amigos o con mi familia, lo viví igual que si hubiese caminado. De hecho, pude hacer más porque me tuve que meter en el deporte con 13-14 años. Qué sé yo si hubiese caminado, y quizá me dedicaba al básquet y no pasaba del club de la vuelta de mi casa en Río Tercero.
Aun así algunas situaciones te deben resultar inmanejables, como cuando llevan a un deportista en autobomba por su ciudad o su pueblo.
Me llevaron varias veces en autobomba, ¡ya no lo quiero hacer más! Agradezco el agasajo, pero no es una situación muy linda. Estás solo, todo el pueblo te mira, tenés que saludar. me sentí muy incómodo. La situación tiene algo de El ciudadano ilustre, una película que me encantó y con la que me sentí identificado en un montón de cosas. Estimo que como parte de un equipo el tema tiene su encanto, porque lo compartís y no sos el centro de atención. Así que pedí por favor: no más autobomba.

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